"todo se va en la vida, amigos, se va o perece. Se va la mano que te induce, también la boca que te bese. El agua, la sombra y el vaso, se va o perece." –Pablo Neruda-

Que grato es recordar aquellas teclas de metal que golpeaban -como la lluvia al caer- una hoja de papel mientras hacíamos la tarea, el trabajo de un libro o las planas de mecanografía. Muchas generaciones crecimos con la maquina de escribir que tenia dos bandas –roja y negra- creo que está era un lujo tenerla, al menos lo era en aquella época, al igual que la maquina de escribir eléctrica.
Me inundo de recuerdos. Suena el timbre del descanso para entrar al segundo bloque de clases, todos corremos hacia el salón. Hay mucho ruido, llega el profesor de comportamiento y salud, la clase no tan amena por los comentarios tan salidos de tono. Menos mal era de tan solo una hora a decir verdad de cincuenta minutos. Un letrero grande veo en el tablero que dice TAREA: realizar el trabajo a maquina sobre el tema elegido para la próxima clase y no olvidar las normas INCONTEC, vaya tema que elegí “el SIDA”, digo: vaya porque el tema era interesante en aquel entonces y ya tenia toda la información, solo faltaba pasarla.
Llegó el sábado, Papá golpea a las siete de la mañana la puerta de mi habitación y dice: niño es hora de ¡levantarse! Aun con sueño me levanto, hay mucho que hacer… ya son casi las nueve de la mañana. Entro al cuarto de estudio, abro el gran cajón donde esta aquel aparato que parece lleno de jeroglíficos decorado con una cintilla que al traqueteo de unas teclas, letras negras y rojas nacen en un fondo blanco. ¡Aquellas épocas!...

Ahora, la máquina de escribir es un valuarte, es una herencia, es un aparato sin importancia, es una computadora que nos sirvió en algún momento y que aún nos sigue sirviendo o sino que lo digan los señores cuando uno llega a un juzgado, al CAD o incluso la registraduría, que se sientan a llenar formularios de demandas, impuestos, solicitudes etc. cuando las entidades publicas o privadas exigen: favor llenar el formulario en letra legible es decir a maquina y que poco a poco se ha ido convirtiendo en historia.
Los intentos forzosos de escribir en la maquina durante las clases de mecanografía en sexto, escribir, revisar y corregir… Uf! era todo un enredo, sin embargo el invento del corrector líquido y de esas hojitas correctoras para darle un toque más natural a la corrección fue uno de los instrumentos mas apetecidos por nosotros a la hora de las correcciones. Podríamos llamar a esto como el ctrl.+supr de nuestra época.
Llega otro recuerdo, el de la entrega de trabajos finales corregidos. Pues cuando empecé mi secundaria no sabia que hacer con ese aparto y todos parecían un dálmata pasado por un rodillo, pero ahí esteba ella. Mi tía quien era la que me ayudaba en la tarea de presentarlos como decía el profesor. Vaya! Que trabajos…
Otro aspecto casi imposible de mencionar es el de las márgenes de las hojas, cuadrarlas con las normas del INCONTEC, la enumeración, el pie de página entre otras era una alteración del genio y más cuando dejábamos todo para última hora. Y que decir de esa cintilla cuando se cansaba mí maquina, una ayuda extra no caída nada mal y mis dedos llenos de tinta como si fuera un presidiario. Maldecía, las hojas llenas de manchas, repetir la operación, cambiar la hoja y el tiempo no apremia.

La maquina de escribir fue una herramienta súper importante en mi vida escolar, me ayudo a mejorar la ortografía pues tenia que saber cuales palabras llevaban tilde y cuales no. aunque solo la use como hasta grado noveno, la sigo recordando como mi primer computador, y entre todo ese arrume de carpetas viejas que están por ahí, veo aquel trabajo dejado por el profesor de comportamiento y salud. ¡Que buen trabajo! Firma del profesor….
Sin embargo, una tarde “no lo recuerdo”, salí como acostumbro hacerlo a dar un paseo por la ciudad y mi destino aun no lo sabía. “CYBER: PUNTONET” y un montón de PC’s o como dirían los gringos LAPTOP encuentro en uno de los miles de sitios que inundan la ciudad. La tecnología como ha calado y en un baúl reposa aquel kit de desarmadores de reloj, cojín entintado, resma de cuartillas vírgenes y el primer e imperfecto reproductor de originales, “papel carbón” junto a mi primer maquina de escribir.