«Enseñar es una forma de ganarse la vida pero, sobre todo, es una forma de ganar la vida de los otros»

Le comente hace rato a un amigo cuando trabajaba como profesor de ingles en un instituto Pre-Icfes, que iba con muy poca ilusión a enseñar porque me daba la sensación de que lo que explicaba en la clase no le interesaba a mis estudiantes. Y el me dijo: ¿Merece la pena dedicarse a esta tarea hoy? Ser profesor es complicado, no es fácil, más con los problemas que tiene la educación en estos momentos. Hay reformas y la enseñanza no es algo estático, la educación y el aprendizaje cambian siempre.
Daré algunas razones por las que se merece ser profesor hoy: primero porque es una tarea imprescindible, segundo porque ayudamos a encontrar soluciones a trabajos complejos como el convivir. Porque es una tarea enriquecedora para quien la recibe y para quien la realiza. Trabajar con seres humanos encierra una posibilidad enorme de desarrollo personal y social (sentimientos, emociones, ideas, expectativas). Porque es una tarea gratificante, se insiste en los problemas de la profesión, en sus facetas amargas. Porque es una tarea histórica, los profesores constituyen eslabones silenciosos en la cadena que conduce a la humanidad hacia el progreso y la mejora. Porque es una tarea difícil y arriesgada, cada persona es un mundo diferente, una cultura, cada profesor esconde fortalezas y habilidades que se despliega a través de patrones de comportamiento implícitos y explícitos que tejen el entramado personal, profesional y social.

Ahora bien me pregunto ¿Qué clase de profesor no quiero ser? o ¿Qué clase de profesor me gustaría ser?, es una pregunta difícil de responder y más si nos ponemos en la tarea de reflexionar y representarnos en el otro.
Ser un maestro que no este comprometido con su labor docente, que piense solamente en el incentivo monetario sin ser generoso, el que murmura de las condiciones laborales echándole la culpa al otro o al sistema, que tiene una cantidad de títulos colgados en una pared y ahí no más, que tenga el conocimiento pero que olvide el ser humano, que posea la verdad sin exaltar la verdad del otro, ese él maestro que no quiero ser.
Por el contrario quiero ser un maestro que este para servirle a la comunidad, respetar los diferentes puntos de vista, respetar la condición sexual, étnica y cultural de cada estudiante, que si me equivoco sea capaz de reconocer mi error, ser autorreflexivo y autocrítico, crear en el estudiante un pensamiento propio de sentido, ser mágico, despertar sueños y ayudar a cumplirlos, satisfacer el aprendizaje de quien lo necesite, son tantas cosas que quiero ser que la verdad no sé si lo pueda realizar y no sé si este en la capacidad de llevarlas a cabo.
Que los profesores aquí, que los profesores allá, todos opinamos, todos rechazamos, todos hablamos de las cosas que deberían o no hacer y pocas veces hay uno que se dedique a no apuntar, por el contrario a ayudar a resolver a no juzgar.
Es por esta razón que me queda difícil hablar con ejemplos claros, todos somos humanos y nos equivocamos, estamos un proceso dispendioso y laxo y que mal sería hablar y poner como ejemplo a esos profesores que no queremos ser o que si queremos ser, pues todos nos merecemos lo que tenemos ya sea por buen o mal profesor, pero que grato es recordar a aquellos que nos indujeron a este mundo, a esta vida, a este oficio del ser maestro y porque no recordarlos con una bella frase: «Excelente maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno un deseo grande de aprender», Arturo Graf.
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